II.14 Tutela y el Ager Tutelatus = Tudela y las Bárdenas Reales                  (pp. 56-64)
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A lo largo de este estudio me intrigaba la predominante y favorable posición de la ciudad de Tudela, junto al Ebro (y, lo que no es menos importante, al pie del río Queiles), sin que fuera mencionada en ninguna fuente greco-romana, ni mereciera casi atención por la mayor parte de los investigadores modernos. El Queiles, según afortunada reducción de A. Schulten es el que los antiguos llamaron Chalybs, quizá como un cultismo en honor de los legendarios forjadores asiáticos del acero. Tudela, independientemente de que tuviera también una actividad metalúrgica gracias a las cualidades del mismo río Queiles, tuvo al menos que tenerla económica en la salida de las mercancías al tráfico fluvial del Ebro, navigabili commercio dives... navium... a Vareia oppido capax (Plinio III, 3, 21) o, como mínimo, de vigilancia de aquél.

J. Oliver Asín dedicó las primeras páginas de su trabajo sobre los orígenes de esta ciudad (1971: 495 ss.) a demostrar que la etimología de Tudela desde un romano Tutela era insostenible; entre otros seis argumentos, porque no encontraba base histórica o geográfica para la elección de un abstracto como «defensa, protección». Él mismo señala también que nunca se ha descubierto «dentro o en los arrabales de la ciudad, algún resto o recuerdo epigráfico, numismático o arqueológico... cosa... que... lamentaron siempre quienes sostuvieron, a pesar de todo, la errónea etimología» (ibid.: 497). Ésta es poderosa razón, pero quizá pudiera encontrársele también alguna causa. Intentaré demostrar, pues, que Tutela es romana, aunque se ubicara en tiempos en la margen frontera del Ebro, y una razón para el peculiar nombre.

© Manuel Sagastibelza
El Ebro a su paso por Tudela. Al fondo y a la derecha, el cerro de Santa Bárbara. Foto realizada desde la margen izquierda.

El topónimo claramente procede de una latina Tutela (así Schulten RE XIV, 1965², col. 1608, n° 8; Tovar, 1989: C-531: «no documentada») . Creo que aquél, además de por la estricta equivalencia toponímica, se puede confirmar en la Tudela navarra por tres vías. La primera, su mención en un conocido epigrama de Marcial (cf. infra), citando lugares de su tierra celtibérica: Tutelamque chorosque Rixamarum. A pesar de opiniones como la citada de J. Oliver, en el sentido de que se trata de un nombre común, la conjunción enclítica que une ambos elementos me parece indica que ambos son nombres propios. La segunda confirmación es su mención en la Chronica Albeldensia, cap. 13 (Gil-Moralejo Ruiz, 1985: 252): Hoc supra dicto principe regnante (scil. Alfonso III) in era DCCCCXX (a. 882-883) profectus ad Tutelam castrum preliauit... Sabemos por ella que su nombre en latín era Tutela y suponemos que entonces tenía más aspecto o características de lugar fortificado, de un castellum, que de propia mente ciudad (debido quizá a que la «nueva ciudad», edificada a comienzos de aquel mismo siglo por al Hakem I y Amrús al-Muwallad, en el 802 d.C., estaba muy fortificada), aunque los autores árabes la llaman «ciudad» (Madinat Tutila: Vallvé, 1986, 301) y le conceden grandes alfoces (pudiera ser también que ello indicara dos hábitats próximos de distinto tipo y función). La tercera es una fuente árabe, la más antigua crónica andalusí, del ya citado cordobés Arib ben Sa’id, fuente de Ibn Hayyan y de Ibn Idari (Castilla, 1992: 9 y passim). En su descripción de las campañas árabes contra la Marca Superior de los años 906 al 924 d.C. la menciona seis veces como ciudad (propia del Islam), llamándola, como en la crónica anterior de al-Hakem, Tutila. Por lo tanto, creo que sí está documentado el nombre romano de Tudela en las fuentes posteriores.

Ha jugado siempre en contra de su existencia pre-árabe (así Oliver Asín, por ejemplo, o su mera mención en estudios de época romana) la relativa ausencia de testimonios romanos en la actual Tudela, en la margen derecha del Ebro. La noticia de la construcción por al-Hakem de una «nueva ciudad», poblada con gran número de musulmanes, en el 802 d.C., es referida en la Descripción anónima de al Andalus (Molina. 1984: t. II, 140) y en la crónica de al-Rasís. Cabe imaginar si, considerando el anchuroso Ebro como una frontera más segura para los árabes (Tudela se cita en el Muqtabis y como la última plaza musulmana, y como «una de las puertas de entrada a los infieles»), no la reedificarían éstos mejor en la margen derecha, y si la romana Tutela no debería ser buscada quizá enfrente de la actual, donde se conserva un llamado «barranco de Tudela», que es ruta de paso natural, estratégica, y vía principal de comunicación E-O desde al menos la Edad del Bronce. Quizá ello explicara que en la Tudela actual no se constaten hallazgos anteriores a los árabes.

Por lo que hace al nombre mismo de Tutela, no resulta muy adecuado a primera vista en su acepción de «defensa», dándose las circunstancias apacibles con respecto a la romanización del territorio vascón que todos damos por hechas, al menos en lo que al ager Vasconum se refiere. La fundación de Gracchurris, en fecha tan temprana como el 179 a.C., habla a favor. La pregunta consecuente es: ¿Qué había que «tutelar» aquí? Entonces es cuando invito al lector, en tercera instancia, a observar un detalle que se desprende del estudio que tiene en sus manos y, más concretamente, de sus mapas. Si retrocedemos a dos que aquí he ofrecido, el de distribución de hallazgos relacionados con el culto a la luna y el toro (fig. 1) y el de miliarios y calzadas (fig. 10), puede constatarse en ambos un muy significativo vacío -casi diría una aparatosa ausencia- de testimonios de todos esos tipos en un espacio enorme, arqueado, con una longitud que va desde más o menos el cauce bajo del río Aragón, es decir, Cara, hasta casi el actual Tauste. A lo ancho, una distancia máxima entre Arguedas y el área Sádaba-Ejea. La pista inicial, pues, nos la facilita el dato negativo de los mapas: La falta de hallazgos, vías, miliarios o ciudades. El tramo digamos «en blanco» ocupa una superficie no inferior a los 1300 Km² abarcando tierras de Navarra y Zaragoza. Parece desierta y despoblada (y aquí uso el estricto término castellano, «sin pueblos»), seguramente desde tiempo inmemorial. Coincide, según creo, con el extenso territorio que seguimos conociendo como «Las Bárdenas Reales», propiedad hoy aún pública, del Patrimonio del Estado, y cuyo sector central, la «Bárdena Blanca», ocupa el célebre y polémico polígono de prácticas de tiro áereo.

Cualquier definición de esta zona, que los árabes llamaron Yabal (montes de) al-Bardi, es muy similar a ésta que elijo: «Comarca natural que se extiende en la margen izquierda del valle del Ebro, sobre la zona SE de Navarra y la O de Zaragoza. La extraordinaria sequedad del clima impone el predominio de la vegetación esteparia, con carácter semidesértico, por lo que el poblamiento es muy escaso. Imperan la explotación del ganado ovino trashumante y el cultivo extensivo de cereales, que aumentará notablemente con el reciente aprovechamiento de aguas por medio de obras de regadío que han permitido surgir en poco tiempo numerosos poblados». Se atribuye, pues, su crónico despoblamiento a la sequedad climática, la vegetación esteparia y su carácter semidesértico. Pero, como ocurre con el resto de la península, ello no pudo ser siempre así, y debe rastrearse con más detalle el pasado documental de este singularísimo territorio. Pascual Madoz (1849: t. IV, 22-23), al que seguiré en este tramo especialmente, da como límites a las «Bárdenas» (distintas de las colindantes «Bárdenas de Sádaba» los montes de Rada al Norte, Fustiñana al sur, Sádaba al Este y Las Corralizas de Arguedas al Oeste, y una superficie de 7 x 5 leguas. es decir, unos 1080 Km². Les dedica luego un detallado comentario histórico, que arranca con la donación, en 1094, del rey Sancho Ramírez, del aprovechamiento de la Bárdena de su propiedad en favor del pueblo de Arguedas, para pastos, siembra, leña, carbón y corte de maderas. En el siglo siguiente (año 1117) pasó el derecho a Tudela, Valtierra y Cadreita (Fuero de Sobrarbe), y en 1204 a una «hermandad» formada por 15 municipios navarros y 8 aragoneses, todos ellos circundantes. Los navarros eran: Tudela, Murillo, Arguedas, Valtierra, Cadreita, Alesvés (Villafranca), Milagro, Funes, Peralta, Falces, Caparroso, Santacara, Villaruruz (sic), Murillo el Fruto y Carcastillo; los aragoneses: Tauste, Ejea, Luna, El Bayo, Luesia, Biota, Erla y Sádaba. La forma de alcanzar el beneficio de la Bárdena hasta cerca de Erla y Luna creo que apoya la anteriormente expuesta idea (cf. supra parte I) acerca del límite oriental de la Vasconia romana. Su número, 23, da buena idea de las capacidades y riqueza de la extensa reserva regia, que, a todas luces, nada tenía entonces de semidesértica ni esteparia. De hecho, en el tiempo de Sancho el Fuerte se describe la zona como «quebrada y cubierta de boscaje» (Taracena, 1947: 18).

Consta en los siglos siguientes bastante documentación sobre sucesivas concesiones reales, rentas para el monarca, disputas por el disfrute, el régimen de pastos (de octubre a mayo) y el de corte de maderas. En 1413, por ejemplo, se mencionan sus pinares. En el siglo XVI el alcalde de Tudela presidía las Juntas, y en el XVII este mismo pueblo gozaba de privilegios sobre los demás, pues se le con firman en 1630. En 1705 Felipe V (quizá por su distinta mentalidad o, mejor. apurado por las necesidades de la costosa Guerra de Sucesión), vendió definitivamente los derechos perpetuos sobre la Bárdena, por 12.000 pesos, a una nueva confederación formada por 20 municipios, el monasterio de La Oliva y dos valles pirenaicos, Roncal y Salazar, que llevaban allí sus rebaños intermitentemente al menos desde 1358. Esta confederación redactó en 1820 sus Estatutos. Se prueba por ellos, según el detallado relato de Madoz, que todavía en 1820 había caza, y lobos, cuya captura estaba premiada. Los pueblos co-gozantes tenían estatutos, comisiones de vigilancia, monteros, guardeses y reuniones trianuales allí mismo, en la iglesia de la «Virgen del Yugo», desde donde se dominan la Bárdena Blanca y la Negra. Pero, a tenor de esta regulación, puede verse que ya había pasado a uso principal el ganadero, mencionándose además sólo la leña y ésta muy secundariamente. Es decir, que para entonces (funesta tendencia hispana) había perdido ya mucho de los que debieron ser grandes valores forestales. Curiosamente, en varios de los documentos se le llama también al territorio «la Bárdula».

Pero durante la segunda mitad de esta interesan te historia de nueve siglos podemos echar mano de otro tipo muy expresivo de fuentes. En el mapa del Reino de Aragón en colores, dibujado por João B. Lavanha, y terminado hacia 1615, se designaba a este amplio territorio como «Bárdena del Rei», y llegaba igualmente hasta el O de Tauste, cerca del río Riguel. La parte navarra, como es lógico. presenta menor detalle, pero se ve desierta de poblaciones. En el de W. y J. Blaueu, del mismo Reino de Aragón, basado en el anterior de Lavanha, hay poca diferencia, excepto en que se colorea más de verde la zona norte de la «Bárdena del Rei». En cambio, en el que ejecuta solo J. Blaeu en 1635, específico del Reino de Navarra, aparece descrita el área como «Bárdena Real» (fig. 11), con mucho más detalle y delimitándola exactamente, con lo que se puede apreciar su enorme extensión y su estricto deslinde con respecto a las demás merindades y reinos. Según la escala que usa, le asigna una longitud O-E de 9 leguas hispánicas por una latitud N-S de 5,8 aproximadamente, lo que da una superficie media espectacular de 52.2 leguas cuadradas, es decir, unos 1620 Km² bastante más de los 1080 Km² que, como dije, parece medía hacia 1850. Llega igualmente hasta cerca de Tauste; figura ocupada por un sector de pequeñas alturas al S y el resto con abundante bosque verde, lo que no deja lugar a dudas sobre su cualidad, puesto que sólo dibuja otras dos manchas boscosas en todo el reino.


Fig. II —Detalle de la «Bárdena Real», del mapa del Reino de Navarra de Johannes Blaeu, muy arbolada aún en el año 1635.

El mapa de Navarra del también holandés F. De Wit, de 1680 (que por otra parte es prácticamente un calco del de J. Blaeu), presenta el territorio casi de igual forma, extendido de O a E y con forma arqueada. En estos dos casos, viene a consumir casi la mitad de la merindad (maiorinatus) de Tudela (por lo que vemos que administrativamente le correspondía), entrando de forma apuntada en la provincia de Zaragoza y siempre con un único punto notable construido, a media distancia y hacia las alturas de la parte del Ebro: El castillo de Sancho Abarca, nombre que, como singular «advocación», pasó a una ermita en otro punto, más hacia Tauste, y hoy reducido a simple punto habitado. En mapas actuales se apunta también otra ermita, la ya citada y de extraño nombre de «Nuestra Señora del Yugo», en pleno polígono de tiro. De la amplitud del territorio da idea el que figure incluso, lo que es insólito por la gran escala, en el mapa general de España llamado «Teatro de la Guerra en España y en Portugal», de P. Mortier, de 1710, visible como «Bárdena Real». Así pues, estos testimonios gráficos confirman también la existencia en su interior, aún en el siglo XVII, de amplios bosques, si bien clareados por dehesas de pastos, tierras de cultivo de cereal y algunas zonas montuosas o improductivas. Creo que lo dicho hasta aquí demuestra varios hechos:

1) La inusitada extensión de Las Bárdenas Reales, enclavadas sin embargo en el corazón de un territorio muy poblado.

2) Su carácter en general boscoso, probable al menos desde el siglo XI hasta el XVII, frente al engañoso aspecto estepario actual.

3) Su rígido carácter de reserva forestal y ganadera, muy vigilado y. diríamos, «tutelado»; quizá también cazadero de temporada.

4) Que siempre, hasta hace poco, han estado rodeadas por carreteras y por los pueblos de sus márgenes, pero nunca atravesadas por ellas, salvo los cordeles ganaderos, y el territorio ni construido ni habitado permanentemente.

5) Que los pueblos están todos situados en la margen izquierda del Ebro, excepto, curiosamente, la Tudela actual (v. supra) y rodean Las Bárdenas de tan peculiar modo que parecen haber nacido o prosperado en función de ella. Entre ellos, Tudela siempre pareció tener preferencia, y hoy sigue siendo su sede.

6) Que al menos desde el siglo XI ha permanecido vinculado, sin saberse la razón al patrimonio real y, hasta el día de hoy, sigue siendo, al me nos nominalmente, estatal. Lo prueba también, cerca ya de Sádaba, el topónimo, casi inevitable dada la trayectoria histórica de la zona, de «Bárdena del Caudillo».

El nombre mismo, «bárdena», lo avisa, pues me parece que debe tener que ver con «barda», «bardal» y «bardar»: «Remate o cubierta espinosa de muros», por extensión seto o vallado de espinos, y con «poner bardas a los vallados, paredes o tapias», o tratar de saltar los mismos. Es decir, una zona cercada y/o reservada.

Y ahora, volvamos mil años aún más atrás de la primera de todas estas noticias: ¿Qué otra cosa vemos sino un gran vacío en los mapas de la zona en época romana? Nos falta poder dibujar su interior coloreado de espesos árboles, pero la llamativa ausencia de testimonios epigráficos, funerarios, viarios o miliarios en tan enorme superficie parece advertirnos de que se trataba, también entonces, de una extensísima propiedad, muy reservada en su uso, que ninguna ciudad o vicus ocupa, ni ninguna calzada atraviesa: Una especie de «Bárdena Imperial», de ager Caesarianus, saltus Augusti o, por lo menos, de un ager adsignatus, de uso público y no privado. Naturalmente, no puedo proponer seriamente esta hipótesis, aunque algún pie creo tendría ya para ello, sin presentar alguna prueba más. Voy, pues, a intentarlo.

No sólo la «Bárdena del Rei» o «Bárdenas Reales» se incluían geográfica y administrativamente en la merindad de Tudela, la Tutela romana (que, como hemos visto, tuvo muchas veces en las «hermandades» prelación sobre los otros municipios), sino que, volviendo a los mapas, esta ciudad, aunque hoy al otro lado del ancho Ebro se encuentra más o menos exactamente en una posición central con respecto a la gran longitud del territorio reservado. Creo haber encontrado el indicio más claro, tanto para el nombre romano de Tudela, Tutela (aparte de en uno de los epigramas de Marcial) como para la desconocida identidad de las «Bárdenas» romanas, en los siempre valiosos textos de los agrimensores (Higinio, De condicionibus agrorum G-30, ed. Lachmann, 1848: 114). Es éste:

Assignatae sunt silvae, de quibus ligna in reparationem publicorum munerum traherentur. Hoc genus agri TUTELATUM dicitur.

Otros textos, que aluden a este tipo de extensas posesiones, de ager Caesarianus adsignatus (Lachmann. 1848: 247), pueden ayudarnos a precisar la sugerencia en distintos aspectos. Por ejemplo, en cuanto a su modo de propiedad, genérica del emperador, En cuanto a su delimitación, son las tierras llamadas subsiciva (Higinio, ibid.: 132 ss.): Haec ergo subsiciva aliquando auctor divisionis aut sibi reservavit aut aliquibus concessit aut rebus publicis aut privatis personis. Podríamos estar, pues, ante una reserva de tierra asignada a sí mismo por el emperador.

En cuanto a su muy posible falta de divisiones internas, debe ser del tipo del ager arcifinius, descrito bien por Frontino (Lachmann, 1848: 41): At si in agro arcifinio sit (scil., rigor), qui nulla mensura continetur sed finitur aut montibus aut viis... que nos indica las más viejas formas de delimitar territorios: Ager est arc qui nulla mensura continetur. Finitur secundum antiquam observationem fluminibus, fossis, montibus, viis... Es decir, que lo habitual en los agri arcifinales (a los cuales solían pertenecer los imperiales y los públicos, y eran más propios de inculta loca) era que no fueran centuriados ni medidos, sino sólo delimitados en su periferia, entre otros medios, por los ríos y por las calzadas.

Esto es, más o menos, lo que vemos en La Bárdena, rodeada por ríos y calzadas, y donde se explican así, en los extremos O y E. y al menos cuatro veces, los microtopónimos «Cabezo de la Muga», «La Muga». «Tres Mugas», como muestra indefectible de una antigua delimitación periférica, Por fin, en cuanto a su uso, podrá llamarse también ager compascuus cuando no está destinado principalmente al cultivo, sino a otros usos, como son las silvae (bosques), las picariae (pegueras), la minería (metalla) o la producción de sal (salinae). Según Sículo Flaco (Lachmann, 1848: 163) se prescribe que tal tipo de territorios debían ser definidos, en las formae o mapas de bronce, y también in situ, como «illi [et ille tot] silvas et pascua, iugera tot...», inscripciones en algunas partes puestas de la finca, que quizá explicaran una advocación mariana (y de la sierra en la que está su ermita) tan poco común como «Nuestra Señora del Yugo»...

Por todo ello, del ager tutelatus que tenía delante, con el cual no podemos saber aún qué vinculación administrativa o de custodia le uniría, pudo perfectamente venirle el nombre al castrum Tutela, la hoy Tudela de La Ribera. Así pues, creo que las Bárdenas de hoy eran en época romana una reserva especialmente forestal, mucho más rica y húmeda, a juzgar por el mucho arbolado que aún le quedaba del siglo XI al XVII, como hemos leído en los textos, y visto en los mapas de Lavanha, Blaeu y De Wit. De esta forma se completa bien la laguna de hallazgos que veníamos observando en los mapas de las figs. 1 y 10.

Una inteligente medida de previsión tomada por Roma, en pleno centro del valle del Ebro, para garantizar (entre otros usos como la ganadería, las salinas o los cultivos) el abastecimiento continuo de maderas para el uso público y de la comarca, fuera en la minería, en las fraguas de forja para el ejército, en la construcción o, como dice Frontino (de contr. Agror., p. 55) para atender el suministro de los baños públicos. Lo cual no impide que fuera a la vez de propiedad imperial y que, mediante concesiones similares (y casi diría que precedentes) el emperador, por medio del oportuno procurator de rango ecuestre o de un liberto imperial devengara muy buenos dividendos por permitir su uso, Creo que el hecho de que a fines del siglo XI, expulsados los árabes del territorio, aparezca desde el primer momento documentado como propiedad real habla más en favor de que también en época romana hubiera pertenecido a la ratio privata imperial, y tampoco se hace cuesta arriba pensar que visigodos y árabes respetaron la tradición.

A nuestros efectos, y puesto que se extiende diagonalmente, sus límites eran: El río Ebro al Sur-Suroeste, la zona baja del río Aragón, hasta Cara, al Noroeste. Al Sureste, el río Arba hasta Segia; mientras que toda la linde NE-N la va cerrando la propia calzada de Tarraco, aquí llamada «de las Cinco Villas». El marco que la contiene se puede recorrer perfectamente por distintas carreteras actuales, Bien entendido que todo el límite externo se rodeaba, como una corona, con los pueblos antecesores de los actuales, que también tendrían franjas para sus pequeños respectivos territorios. Como era frecuente en este tipo de reservas, sobre todo de tan gran extensión, tendría cierta diversificación de usos, y, además del arbolado, habría zonas de pastos, útiles para la trashumancia (que hemos visto se daba más moderadamente en el medioevo). El enorme fundus se salpicaría con pequeños alojamientos para pastores, leñadores, guardas, aserradores, campesinos, cazadores o rozadores, todos ellos debiendo encontrar allí hospedaje transitorio. Debía tratar se por lo general de humildes barracones, con sólo lo más imprescindible para pasar desde unos días hasta unos meses en los inviernos. Probablemente (y entonces esperaríamos el patrocinio de Diana), abundara allí también la caza mayor y menor. La fortaleza de Sancho Abarca, construida por Sancho el Fuerte de Navarra, sería sucesora quizá de un pequeño establecimiento de vigilancia romano, para evitar el acceso o la depredación por furtivos y personas no legitimadas para el uso, y cumpliría entonces, junto a otras pequeñas garitas y torres en puntos visuales claves, la misión de custodia interna del privado territorio.

© Manuel Sagastibelza
Tudela, calle La Rúa.

He dejado para el final de este apartado la referencia a dos amplios estudios, dos tesis doctorales, con prospección amplia y sondeos o excavaciones puntuales, que sobre la zona navarra de Las Bárdenas se han realizado por fin en los últimos años, resumidos sobre todo en un largo y reciente artículo (Sesma García, 1994: 89-218), donde se da una imagen de lo allí prospectado desde la Protohistoria hasta la Edad Media. Aunque los autores no se han planteado, obviamente, el problema desde mi punto de vista, sus resultados encajan admirablemente con la propuesta que antes hice de un ager adsignatus, quizá imperial. No puedo ni intentar resumir sus hallazgos y consideraciones. Básteme, pues, comentar los tres aspectos que me han parecido de mayor significación a mi propósito.

Primero, que ellos han encontrado nada menos que 267 de lo que llaman «yacimientos» y yo preferiría llamar sólo «indicios de ocupación y de uso». De éstos, la mayoría, 129, corresponden a las épocas del Bronce y del Hierro, mientras que sólo 56 son romanos (45) o medievales (11). Éste es un fenómeno inverso al habitual (y más viendo como vemos el alto índice de núcleos urbanos que se da en la Ribera navarra y en la Navarra Media romanas), y me parece puede indicar que fue precisamente en la época romana temprana cuando debieron producirse las circunstancias que dieron lugar a la restricción de la propiedad y el uso del territorio.

Segundo, que estos hábitats a mi juicio no alcanzan ni siquiera, a juzgar por las descripciones, el ínfimo rango habitacional, el de «pequeñas casas de campo o granjas» por el que en última instancia se deciden los autores (pág. 185) y, curiosamente, se disponen todos ellos masivamente, entre los siglos I y II d.C., a lo largo de los dos principales cordeles de tránsito, al N y en el centro de la parte de Las Bárdenas que estudian, y no fuera de ellos. Éste parece un tipo de ocupación tal como lo describí más arriba: Totalmente temporal, sin arraigo real y, por otra parte, muy controlado. Parece haber unos lugares de acomodo humano o de estabulación ganadera previstos, y son éstos y no otros los que se han de habitar año tras año. Alguno de estos lugares, como el de El Cantalar I (García García, 1992: 195-205), con su único nivel para cuatro siglos de ocupación, sus modestísimos hallazgos (en los que, naturalmente, predomina la cerámica), y su solitaria punta de lanza, describen perfectamente los que debían ser poco más que puestos de vigilancia interna, que ni siquiera está claro que fueran militares en sus fases altoimperiales.

El tercer dato interesante a mi propósito es el único análisis polínico para niveles romanos realizado en el vasto territorio (Sesma-García. 1994: 188). A comienzos del siglo II las especies predominantes eran las de ribera: Sauces, alisos, pinos, coscojas. juncias (y ciperáceas en general) y plantas buenas para el pasto. Dedujo la autora del análisis que debía haber un cauce permanente de agua en las cercanías. Las juncias, sobre todo, sólo se dan en ambientes muy húmedos Y estos resultados nos devuelven a los textos del siglo XI y a los mapas del XVII, por los que ya suponíamos que en época romana debía haber en Las Bárdenas muchas más corrientes de agua y un más bien intenso arbolado, que haría del forestal y derivados el uso principal de este extenso ager, aparte de que hubiera trashumancia estacional, ganadería permanente o incluso cultivos cerealísticos aislados.

Así pues, estos amplios y meritorios estudios, aunque tuvieran otros objetivos, confirman en mi opinión un tipo de usos restringidos, controlados y muy superficiales, que no inciden de verdad sobre el territorio ni lo modifican. Ello es lo que corresponde ría a un ager tutelatus, como propuse más arriba. En este sentido debo discrepar de la principal conclusión de los autores, puesto que siempre se describieron Las Bárdenas Reales como un «desierto poblacional» y, en el sentido estricto de lo que puede considerarse sociológica o económicamente una «población», el estudio arqueológico creo que no ha desmentido en absoluto la definición previa.

Pienso, para terminar, que si se confirmaran las hipótesis más arriba expuestas, basadas en la toponimia, los mapas de «no-hallazgos», los textos medievales y modernos, la cartografía del siglo XVII, los agrimensores romanos y, por último, la arqueología, en la reserva forestal y pecuaria romana de Las Bárdenas Reales tendríamos uno de los mejores y más bellos ejemplos de continuidad de un modelo de propiedad y explotación antiguas que puedan encontrarse hoy en nuestro país, aunque muy lamentablemente degradado. Y en todo caso Tutela, Tudela, que es por donde comencé estas reflexiones, encontraría una muy adecuada justificación toponímica si era, como lo fue después y lo es hoy, la principal base de control, gestión y/o vigilancia de un inmediato ager tutelatus. Y máxime si, como más arriba he apuntado, pudo alzarse antiguamente en la propia margen izquierda del Ebro.

 

Cf. el capítulo que al trabajo del hierro (1958: 328-336) dedica Schulten en su espléndida monografía, en edición española de 1958-1963. Es a mi juicio uno de los mejores libros de conjunto que se han escrito sobre la antigua Hispania, y es lástima no verlo utilizado ya (o al menos citado) con la frecuencia que merece.

Es el Queiles al que las fuentes medievales árabes llaman wadi Tarasuna y wadi Qalas, Kalis o Kalas (cf Terés, 1986: 113) y Kelles las crónicas cristianas (Dupré. 1995: 19 con n. 9). V. mi libro en preparación Fuentes árabes para la Hispania romana. Es el mismo que baña Turiasso, y famosos eran ambos, al decir de Marcial (4, 55) y Justino (44, 3, 8), por la calidad del temple de las armas que en ambas se forjaban, debido precisamente a la fuerte carbonatación del río, que también bañaba Cascantum. Lo mismo afirma Plinio (XXXIV, 144) de Bilbilis con respecto al río Jalón.

Creo muy difícil que, como sugiere Oliver (1971: 505), viniera de un medieval cristiano Todella, relacionándolo con las famosas reinas navarras de nombre Toda o Tota (p. 506), ni verosímil históricamente que, al bautizar sus fundadores árabes una «nueva» ciudad, vinieran a pensar precisamente en «honrar a alguna dama de nombre muy godo, y muy navarro, y muy aragonés» (p. 509) y porque tal nombre, aunque fuera godo, habría dado, como en los casos que el propio Oliver cita (Totainville, Totana, Todmir), Totela o Todela y no Tutela, con u: Tudelas o Tudelillas son también todas las muchas homónimas de otras zonas de España.

Oliver (1971: 495) comienza su estudio afirmando que es erróneo ver en este verso esta palabra como nombre propio, tal como sí habían hecho Traggia, Cos, Eyalayar, La Fuente, Schulten y Dolç; pero él mismo se olvida, al final del trabajo, de volver a Marcial para darle una explicación como nombre común.

Sesma, 1993, 100: Su grupo III de yacimientos, con seis, en dos bandas paralelas, dominando la citada ruta. Este autor, al hablar de su valor estratégico, resalta que la única carretera comarcal que hoy atraviesa las Bárdenas es precisamente la que va paralela a aquélla, controlando también los accesos desde la Ribera del Ebro y desde el Sur. Aquí encajaría también la vía que a J. Altadill le parecía podía subir por la margen izquierda del río, y que negaron Tara-cena y Vázquez de Parga (cf supra).

La posibilidad de que se tratara de una diosa local interpretada como la Tutela romana (Tovar. ibid.) tendría mejor cariz, pero tampoco tiene pruebas.

Debía ser mucho más extenso en la Antigüedad. A la zona navarra corresponden hoy unas 45.000 hectáreas. Pero, como es obvio, analizo el conjunto del territorio independientemente de en qué provincias esté hoy, porque en época romana esto era todo convento cesaraugustano, y más según lo dicho en la parte I: Que, geográficamente, no hay tal frontera con Aragón.

El nombre se pronuncia de distinta manera según lo hagan los roncaleses (Bardená), los riberos (Bardena) o los aragoneses (Bárdena), lo que debe tener que ver con hábitos lingüísticos diferenciados y antiquísimos, apoyando la idea de mixtificación que desde la filología se ha apuntado muchas veces. Me es más familiar el de Bárdenas, que es el aquí utilizo.

Véase, de forma general. Hernández Pacheco (1949: 427-440) y la monografía editada por el Depto. de Ordenación del Territorio del Gobierno de Navarra (Pamplona. 1990), con la bastante completa bibliografía que se facilita en su pág. 63. Para estudios arqueológicos recientes, cf. infra.

En el más reciente mapa que conozco, el del Atlas Nacional de España, sección I, grupo 3ª, escala 1:500.000 (Madrid, junio de 1994), págs. 8-9, sigue, a pesar de los pronósticos, apareciendo bastante desierta; se aprecia por primera vez una carretera (la 125) que atraviesa por el S. en dirección O-E, de Tudela a Ejea, pero muy pocos pequeños núcleos, todos modernos (Pinsoro, El Sabinal, Santa Anastasia...).

Véase la categórica opinión de B. Taracena y L. Vázquez de Parga (1943: 131): «La vía (Sangüesa-Cascante, propuesta por J. Altadill) se halla obstaculizada en un tramo de 20 Km. por el desierto de las Bardenas Reales, llanura hoy como entonces inhabitable por absoluta carencia de agua». A. Floristán (1949: 475), criticando la definición del Diccionario de la Aca-demia de la Historia y a algunos otros autores, se queja de que «se ha convertido en lugar común hablar de la espesa selva que fue en tiempos la Bardena adhiriéndose a opiniones como las de B. Taracena, a quien le recuerda mejor «la inmensa llanura desértica del Sur tunecino... ».

Creo que una cita anterior podría encontrarse hacia la segunda mitad del siglo XI en el geógrafo andalusí al-Bakri (1982: 16). Cuando describe el tercero de los distritos de la división constantiniana menciona, tras Tutila. «todos los distritos del territorio del rey Sancho» (es decir, Sancho de Peñalén, rey de Pamplona a. 1054-1076).

A éstos se suma hoy en día, como un propietario más, el Ejército del Aire.

Hoy se rigen por una Junta General, y con unas Ordenanzas aprobadas en lo esencial en 1961. La sede de la Comunidad de Co-gozantes (o Con-gozantes, como se llaman ellos) sigue estando en Tudela (Bárdenas. 1990: 16).

Aunque puede tratarse de un defecto de medición, creo más posible que la diferencia se deba también a que para 1849 se habían segregado ya las aún ahora llamadas «Bárdenas de Sádaba», por el hecho de que Madoz (ibid.: 23) las describe separadamente, aunque sigue habiendo una notable diferencia de medidas. Como diré más abajo, ha perdido bastante de su primitiva extensión, según nos dejan ver algunos microtopónimos hoy exteriores a ella.

Las que más arriba he citado a propósito de la posible ubicación de Nemeturissa, v. supra.

En el interior de las Bárdenas existen otros pequeños castilletes, como los de Aguilar, la Estaca o Santa Margarita. Mirapeix, Peñaflor, Peñarredonda y Sanchicorrota, a veces simples torres de vigilancia (Bárdenas, 1990: 12).

Bárdenas, 1990: 27-28. Determinadas zonas del territorio, como parte de la Bárdena Blanca, no pudieron tener arbolado o cultivos tampoco en la Antigüedad, debido a la extrema salinidad de los suelos y a una dinámica erosiva continua. Pero ello afecta sólo a algunos sectores del vasto conjunto.

Es más, parece que se buscaba de intento la despoblación, puesto que podía poner en peligro a la larga la propiedad y el uso comunal. De hecho, en 1538 el procurador fiscal de la Cámara de Comptos de Navarra consiguió que se derribaran unas casas que habían construido en Las Bárdenas algunos vecinos de Tudela.

De hecho, los autores árabes coinciden en la gran extensión de los alfoces de Tudela. Una cita de ibn Galib es expresiva sobre esta extensión, pues dice que «limitan con Huesca» (Vallvé, 1986: 301).

J Elósegui y C. Ursúa (Bardenas. 1990: 10) se preguntan por la causa de la «atípica situación» (y lo es) de que un tan gran territorio no esté sujeto a la jurisdicción de ningún municipio. Sugieren una posible explicación: Que «cuando los distintos pueblos utilizan el territorio, reconocen como propio [scil., de los demás] el que usan y aprovechan sus vecinos, con lo que se van delineando los límites con los pueblos vecinos... De esta forma quedaba un gran espacio vacío, que acaso estaba siendo utilizado conjuntamente... Al no pertenecer a ningún pueblo, pasa al Patrimonio real...». Esta causa, como puede verse, no es válida históricamente. Lo cierto es que no he encontrado la menor referencia de cómo y cuándo empezó la propiedad de la corona de Navarra sobre la reserva: lo que invita, naturalmente, a buscar la causa más atrás, en una vieja consuetudo.

Se han apuntado para él orígenes como «pardina» (en dialecto aragonés, el monte bajo de pastos), «barte» (matorral en lengua gascona) e incluso el tan original vascón de «abar-dena («mata todo»).

Como dije, a veces es mencionado en los documentos como «La Bárdula» y entonces debe surgir el interrogante de su primitiva relación con los bard-ietaì, vard-uli. los modernos vascos. Llama por cierto la atención, hojeando el Madoz, la cantidad de topónimos de territorio vascón que comienzan por bard-.

Es curioso que como nombre común «bárdena» no exista en español, con este significado de «sitio muy protegido y bien vallado».

Véase lo dicho más atrás sobre la posibilidad de que la Tutela romana se encontrara enfrente, donde no ha sido buscada.

Se trata del celebérrimo poema 55 de su libro IV (ed. Loeb. DR. Shackleton Bailey, Londres, 1993: t. I, 322): ...Grato non pudeat referre versu... Tutelamque chorosque Risamarum... A. Tovar (1989: C-53l) opinaba que ésta debía ser una ciudad desconocida cerca de Bilbilis, pero no olvidemos que, como puesta en la desembocadura de un río nacido en el Moncayo y en la margen derecha del Ebro, Marcial tenía cierto derecho a seguirla considerando celtíbera. Es curioso que casi todos los demás nombres de este poema sí son muestra de los nostrae nomila duriora terrae, pero Tutela en modo alguno, luego debe estar citada por su fama. Y, al ignorar la situación real de todos ellos estos microtopónimos, tampoco podemos saber si estaban cerca o no de su ciudad natal.

Cf. el artículo ager, de J. Kubitschek, en la RE. I (1958²), cols. 780 ss. Gayo (II, 21), al referirse al ager publicus, dice que in eo (provinciali) solo dominium populi Romani est vel Caesaris, según sean las provincias senatoriales (incluida la República) o imperiales. Pero, independientemente de ello, en la forma ahenea de la regio correspondiente debía de figurar de manera más detallada la lex concreta por la que se habría asignado específicamente al emperador una propiedad determinada.

Y, por otra parte, una mayor extensión antigua que la que ahora conserva. Así, al Oeste, zona Norte, el de «Tres Mugas», cerca del Portillo del Trillo y de los expresivos «Cabezo de la Junta» y «Junta Vieja», todo ello hoy, a juzgar por el mapa confeccionado en 1990 por el Gobierno de Navarra, fuera de las Bárdenas. Una bastante detallada descripción de estos amojonamientos para el año 1772, debida a L. Mariano Díaz, ofrece A. Floristán (1949: 476 ss.), informe en el que, por cierto, se da un perímetro para las Bárdenas entonces de 18 leguas y el ancho entre media y ocho leguas, según las zonas.

Se trata de las industrias de extracción de pez y alquitrán, a partir pre-cisamente de los pinos. Ulpiano, Dig. 50, 16, 17, 1, las menciona entre aquéllas que producen vectigales públicos. La pez servía también, aparte de para el vino y otros usos, para marcar el ganado. Todavía en 1820 los ganados de Las Bárdenas tenían que tener su marca «de pez y de yerro» (Madoz, ibid.).

Tal actividad, según lo dicho más arriba sobre sus sectores con suelos fuertemente salinizados, pudo también tener lugar en zonas concretas de este ager bardenero.

Cuando se constituyó la primera «hermandad» de Las Bárdenas, el 31 de Enero de 1204, el acuerdo y la fecha se grabaron «en la estaco que había en la Bárdena» (Madoz. ibid.: 22).

Legalmente, nada impediría que hubiera estado asigna da a la capital del convento, la vecina Colonia Caesarea Augusta. Pero parece difícil, pues la ciudad de Zaragoza está siempre ausente del usufructo bardenero y de las «hermandades», y no cabe duda de que este modelo de explotación era eco y heredero de otro más antiguo (aunque en este caso, la permanencia árabe y la temprana creación del Reino de Navarra pudieron borrar huellas anteriores). En cambio, la ad-signatio a Zaragoza me parece muy adecuada para una especie de «bárdena» similar, la de los Montes de Castejón y de Zuera y la llanada de El Castellar, conjunto que parece, en una menor superficie, una reserva muy parecida a la navarro-aragonesa. Tiene esta segunda un único punto habitado, otro posible antiguo castellum: El Castejón de Valdejasa, llamado en el mapa de J.B. Lavanha «Castejón de Val de Laça» quien lo dibuja también lleno de arbolado.

En 1358 era el merino de Sangüesa el encargado de dar cuenta ante la tesorería del rey de los emolumentos percibidos por los arrendamientos en las Bárdenas.

Aprovecho para anotar que existe, entre la serie de epígrafes votivos a las diosas Tutela, la romana o las indígenas (s.v. en RE. XIV. l965², cols. 1600-1603. por F. Heichelheim) en la antigua Clunia (Coruña del Conde, Burgos) un epígrafe, CIL II 2780, dedicado, por la salud del emperador Adriano, a la T[utelae] colon(orum) Cluniensium, por un [P.Aeli]us Au[g(usti) I]ib(ertus), sin duda un administrador imperial. No sería raro que se tratara de un caso parecido a éste, puesto que al Norte y al Este de Clunia (8 y 3 Km.) hay justamente dos singulares topónimos: «Huerta del Rey» e «Hinojar del Rey».

Y a veces por causas especiales también los concedería gratuitamente, como Felipe III al Monasterio de La Oliva, o Don Carlos de Viana en favor del mismo monasterio y de los pueblos de Carcastillo, Rada y Murillo (Madoz. ibid.: 23).

Tengo la impresión de que en la noticia (extensamente tratada por C. Sánchez Albornoz [1985² 108] al hablar de los muladíes Banu Qasi. los Casii godos) de que, de la zona oriental de España, Muza sólo dejó sin repartir entre los soldados «el distrito de Ejea», pudiera ocultarse precisamente la noticia árabe más antigua sobre las extensas Bárdenas y su consideración unitaria y regia. Pero carezco de otros elementos para probarlo.

Lo que hoy son las C-124 y 125 de Zaragoza. y NA-5555 y 124 que, desde Gallur y Tauste, van rodeando perfectamente hacia Ejea y Sádaba para, en Carcastillo, sin cruzar el Aragón, sino siguiendo su margen izquierda, tomar la carretera comarcal a Mélida y Caparroso, saliendo a la N-121, que baja de Pamplona, y nuevamente las regionales NA-134 (Valtierra y Arguedas) y 126 (Cabanillas y Fustiñana. desde donde, pasando a la Z-552, se cierra otra vez el círculo en Tauste, si partimos del límite meridional de Las Bárdenas.

Como dice Ovidio, Halieutica, 49: quae densas habitant animalia silvas... Una versión de Gayo en el Dig. 50.16.30.5 es ligeramente diferente: silva est quae pastui pecudum destinata est. La caza se documenta en las Bárdenas, entre otras fechas, en 1532.

B. Taracena (1947: 18) refiere del P. Moret los problemas con bandoleros y facinerosos refugiados en las Bardenas en 1204, «en el siglo XV» y en 1452, que requirieron la formación de somatenes y partidas militares.

Hasta ahora, tan grande zona ha merecido muy escasa atención de los estudiosos de la Antigüedad. Véase como ejemplo que la extensa monografía sobre los vascones de Mª Jesús Peréx, de 1986, no contiene ni una sola alusión a este extenso territorio, aun cuando ocupa buena parte del solar vascón que ella misma tan cumplidamente estudia.

Porque, como ellos mismos indican (García García 1992: 204), lo que tratan de demostrar es más bien que «las Bardenas, y concretamente la Blanca, fueron intensamente pobladas desde la protohistoria hasta la Edad Media...» o que (Sesma-García. 1994: 176) «hubo una agrupación numerosa de núcleos rurales romanos...». Es muy de reconocer, no obstante, el mérito indiscutible de prospectar, excavar y estudiar tal cantidad de puntos arqueológicos, pues gracias a ello los modos de ocupación del territorio quedan meridianamente descritos, algo que se desconocía casi por completo (si exceptuamos los trabajos de A. Castiella) antes de sus trabajos.

Me refiero, como es lógico, a la época romana especialmente, puesto que de la medieval ya se podía tener una idea muy aproximada sólo con leer los documentos que Madoz recogía.

Se añade además que otros análisis polínicos para las fases pre- y proto-históricas arrojan la conclusión de que el ambiente era todavía más húmedo que en época romana.

Es muy significativo, por ejemplo, que no se encuentren enterramientos, a pesar de que en los fundos privados sí era costumbre hacerlos.

Tal como expuse hace ya años (Gerión 7, 1989: 183 ss y fig. 1), el últimamente polémico coto o reserva estatal de Anchuras (hoy de la provincia de Ciudad Real) debía corresponderse en época romana con la praefectura Ucubitana, adsignata a la colonia cesariana de Ucubi (Espejo, CO.) en pleno territorio de Augusta Emerita y contigua a la praefectura Turgaliensis de ésta.